"Quizás aún estemos a tiempo de generar el cambio que tanto buscaba Ortega en la educación... Tenemos que facilitar que el estudiante aprenda generando los contextos para la acción en su aprendizaje, con técnicas activas de participación y estimulación de la relación de conceptos y conocimientos en general."
Por motivación solemos entender aquello que nos promueve una acción, un
movimiento. En este sentido, en el contexto educativo hemos tendido a
buscar de modo obsesivo todo aquello que motive al estudiante hacia su
desarrollo intelectual. Sin embargo, la motivación se ha convertido en
una palabra mal entendida y confusa en la medida que es ya casi “un
cajón de sastre” de diferentes acciones normalmente “externas” para
provocar que el estudiante profundice en los contenidos anualmente
evaluables. Pero con el devenir de la educación, se ha convertido en un
sistema poco motivador. Más bien es un sistema de control del
aprendizaje de contenidos estancos que muy pocas veces tienen que ver
con las necesidades reales de crecimiento personal e intelectual de los
estudiantes. De hecho, tiene más que ver con los políticos y profesores,
pero muy pocas veces con los alumnos.
Ya en 1930 Ortega decía que la actividad docente ha de partir no del saber ni del maestro, sino del aprendiz, del estudiante, “la universidad tiene que ser la proyección institucional del estudiante”. En este sentido, la innovación de Rousseau y sucesores fue precisamente trasladar el epicentro de la educación al estudiante, más allá de este saber y del profesor. Sin embargo, la educación actual sigue más centrada que nunca en el saber y en los dictados del profesor. ¿Acaso no hemos cambiado nada en el último siglo al respecto?
Cuando hablamos de motivación del estudiante, situamos la acción de aprender en él, y por lo tanto deberemos generar los contextos para la acción del estudiante en su aprendizaje. Sin embargo, esto nada tiene que ver con la educación actual centrada en contenidos y con muy bajo espíritu crítico. Estamos formando pequeños "ordenadores" cargados de memoria que después o no saben relacionarla o la pierden con el tiempo. Y nuestro interés es la evaluación a corto plazo de estos contenidos.
Todo esto dista mucho de lo que decía Einstein que “el arte supremo del maestro es despertar el placer de la expresión creativa y el conocimiento”. Si fomentamos el contexto del aprendizaje conseguiremos que el estudiante pueda moverse (motivación) hacia su aprendizaje, relacionando y comprendiendo los diferentes conceptos desde su propio esquema personal. Por eso, la enseñanza debería provocar una mayor “acción” en el estudiante y no una recepción pasiva de contenidos. A este respecto se podrían aportar muchos elementos desde la pedagogía del "aprender haciendo" u otro tipo de aprendizajes vivenciales y experienciales.
Si tenemos que facilitar que el estudiante aprenda en vez que el profesor enseñe, deberemos darle la vuelta a la educación en muchos sentidos. Veamos aquí cuatro puntos fundamentales de este cambio:
Recientemente ha surgido una nueva disciplina más práctica que teórica denominada coaching educativo. El coaching educativo parte de la premisa de iniciar el aprendizaje desde el esquema mental del alumno. Nada mejor que un caso o experiencia personal de cómo utilizo el coaching educativo en la universidad.
El profesor por lo tanto se convierte en un facilitador del aprendizaje con técnicas activas de participación y estimulación de la relación de conceptos y conocimientos en general. Los principios del coaching educativo parten de que el aprendizaje es individual a través de estímulos contextuales donde el alumno aprende desde su marco conceptual y a su ritmo de maduración y evolución.
Sólo si somos capaces de comprender emocionalmente al estudiante y de suscitar su propio discurso provocando la curiosidad y el aprendizaje conseguiremos que la educación se convierta en el verdadero pilar de la evolución y cambio en las sociedad.
Quizás aún estemos a tiempo de generar el cambio que tanto buscaba Ortega en la educación. Sólo depende de donde situemos el centro de la educación. Parece sencillo, pero necesitamos nuevas generaciones y mucha más innovación en los centros educativos.
Necesitamos un cambio de mentalidad sobre el papel de la educación en la sociedad.
Ya en 1930 Ortega decía que la actividad docente ha de partir no del saber ni del maestro, sino del aprendiz, del estudiante, “la universidad tiene que ser la proyección institucional del estudiante”. En este sentido, la innovación de Rousseau y sucesores fue precisamente trasladar el epicentro de la educación al estudiante, más allá de este saber y del profesor. Sin embargo, la educación actual sigue más centrada que nunca en el saber y en los dictados del profesor. ¿Acaso no hemos cambiado nada en el último siglo al respecto?
Cuando hablamos de motivación del estudiante, situamos la acción de aprender en él, y por lo tanto deberemos generar los contextos para la acción del estudiante en su aprendizaje. Sin embargo, esto nada tiene que ver con la educación actual centrada en contenidos y con muy bajo espíritu crítico. Estamos formando pequeños "ordenadores" cargados de memoria que después o no saben relacionarla o la pierden con el tiempo. Y nuestro interés es la evaluación a corto plazo de estos contenidos.
Todo esto dista mucho de lo que decía Einstein que “el arte supremo del maestro es despertar el placer de la expresión creativa y el conocimiento”. Si fomentamos el contexto del aprendizaje conseguiremos que el estudiante pueda moverse (motivación) hacia su aprendizaje, relacionando y comprendiendo los diferentes conceptos desde su propio esquema personal. Por eso, la enseñanza debería provocar una mayor “acción” en el estudiante y no una recepción pasiva de contenidos. A este respecto se podrían aportar muchos elementos desde la pedagogía del "aprender haciendo" u otro tipo de aprendizajes vivenciales y experienciales.
Si tenemos que facilitar que el estudiante aprenda en vez que el profesor enseñe, deberemos darle la vuelta a la educación en muchos sentidos. Veamos aquí cuatro puntos fundamentales de este cambio:
- Primero, el papel del profesor como figura principal del espacio docente debería dirigirse hacia el estudiante.
- Segundo, la instrucción es antipedagógica en el sentido que ésta obedece a un esquema del docente más que al del estudiante.
- Tercero, el que tiene que trabajar en el aula para su aprendizaje es el alumno que debe esforzarse por aprender una vez generado el interés por el tema o contenido del docente.
- Cuarto, cada alumno tiene un esquema de pensamiento y madurez emocional, por eso deberemos facilitar los diferentes tipos de aprendizaje más que establecer dogmáticamente un único tipo de enseñanza.
Recientemente ha surgido una nueva disciplina más práctica que teórica denominada coaching educativo. El coaching educativo parte de la premisa de iniciar el aprendizaje desde el esquema mental del alumno. Nada mejor que un caso o experiencia personal de cómo utilizo el coaching educativo en la universidad.
El profesor por lo tanto se convierte en un facilitador del aprendizaje con técnicas activas de participación y estimulación de la relación de conceptos y conocimientos en general. Los principios del coaching educativo parten de que el aprendizaje es individual a través de estímulos contextuales donde el alumno aprende desde su marco conceptual y a su ritmo de maduración y evolución.
Sólo si somos capaces de comprender emocionalmente al estudiante y de suscitar su propio discurso provocando la curiosidad y el aprendizaje conseguiremos que la educación se convierta en el verdadero pilar de la evolución y cambio en las sociedad.
Quizás aún estemos a tiempo de generar el cambio que tanto buscaba Ortega en la educación. Sólo depende de donde situemos el centro de la educación. Parece sencillo, pero necesitamos nuevas generaciones y mucha más innovación en los centros educativos.
Necesitamos un cambio de mentalidad sobre el papel de la educación en la sociedad.
0 Comments:
Post a Comment